Reflexión sobre “Humana impermanencia”, de Teobaldo Noriega, Lugar común, Ottawa, 2016

Por Jorge Etcheverry Arcaya

La cita Trunca

Este nuevo libro de la dilatada obra de Teobaldo Noriega nos lleva a una exploración poética de la conciencia y la memoria. Si vamos a empezar refiriéndonos al título de este poemario, podríamos decir que si algo tiene de permanente la condición humana es justamente eso, la impermanencia. Estas nociones de permanencia e impermanencia son a su vez subproductos de la conciencia del tiempo, que es parte imprescindible de la conciencia a secas. Los animales, la naturaleza, nuestro cuerpo incluido, no trascurren. O no se ven transcurrir o no lo saben, que en el fondo es lo mismo. Es ese desdoblamiento de la conciencia el que da al ser humano ese carácter finito—que para algunos, los optimistas, estaría compuesto de una sucesión de unidades discretas, que por ser únicas e irrepetibles serían preciosas.

Así, es esa experiencia de la inescencialidad de la conciencia, de la inmaterialidad del cógito, del para sí, lo que definitivamente nos define como humanos, en relación o antagonismo con el en sí, esa rex extensa de nuestro propio cuerpo, para aplicar quizás livianamente estos conceptos cartesianos y satreanos. Esto que pervive incluso en estos tiempos del retiro desesperado del yo de la conciencia, de su búsqueda de arraigo y salvación en la variopinta multiformidad del en sí, de la materialidad, corporalidad, entorno, género, raza y terruño, buscando un nicho desde el cual reconstruirse desde la supuesta solidez de lo material concreto. Pero en todos los casos, es la memoria la que básicamente rescata, reconstruye, revisa y fija los avatares del yo—dentro de lo posible.

Así, la memoria se convierte también en un viaje, en que las etapas, destinos y partidas son a la vez las estaciones del transcurso del yo, en una empresa inacabada pero inevitablemente necesaria. La memoria siempre ha sido una categoría muy presente en la poesía. En el caso de esta versión contemporánea, la mirada y la memoria del emisor poético/poeta, su voz sobria, íntima y escueta, es la que nos va guiando por los avatares de este periplo que nunca termina:

“siempre es así, padeces,
Te enredas en el hilo
Que suelta la madeja
Titubeando en la luz
Al final del camino…” (p.25)

Periplo, viaje, nociones que no solo a este lector le vienen a la mente en relación a este libro. Son conceptos que Clinton Ramírez despliega en su introducción al mismo, y que dan fe de la presencia de un elemento que estará inevitablemente presente en las lecturas de este poemario . Se trata entonces de un viaje en el que el viajero busca su definición última:

“ajusta tu mirada
al humano periplo
como si comprendieras
que aquel que busca alcanza
y reconstruye el paso
de un cuerpo que fue sombra…” (p.27)

Lo anterior revela que en esta travesía la mónada autosuficiente de la consciencia incorpórea modernista a la postre no existe, pero que perspectiva desde un “yo” siempre finito para este viaje es imprescindible. Lo externo le es imprescindible para existir o tratar de hacerlo. La travesía atraviesa así diversos ámbitos por así decir horizontales—contextos espaciales geográficos, situacionales, históricos, presentes en cada caso, en su movimiento por así decirlo de ascendencia vertical en el eje del tiempo. La memoria no se construye sin espacio. Se intenta la unión con lo otro, con el mundo. Se logra poéticamente la abolición de la distancia que enfrenta a este sujeto con el objeto o que sitúa a la conciencia como centro de su contexto. La unidad de estos opuestos fundamentales, yo—mundo se efectúa mediante el instrumento de la memoria. El periplo de redescubrimiento o intento de delinear lo que se el sujeto es, desde la recuperación e intento de integración de sus instancias pasadas, es una representación espectacular/especular poética, que ofrece al lector la conjugación de la dimensión vertical de la conciencia temporalizada que fluye, autocéntrica, y de las dimensiones espaciales heterocéntricas.

“Devana tu destino
como quien pinta un lienzo.
En cada vuelta ajusta
la intensidad que exigen
los tonos del Gran Cuadro” (27)

Así, el emisor lírico irá agregando instancias geográficas, objetividades, mementos concretizados o rememorados, además de comentarios para su integración a la tarea temporal de la reconstrucción/instauración (o revisionismo) del yo. Los mementos biográficos y los hechos del entorno se alternan, confluyen, se comentan y van formando el entramado indivisible hombre mundo en esta búsqueda de sí.
“Imagina otras voces,
recapitula espacios.
Vuelve a cortar la espiga
que te llevó a aquel pan” (p.28)

Si bien la poesía lírica parece estar atravesando un período de simplificación y homogeneización, formal y de contenido, facilitado y en parte ocasionado por la brevedad, la claridad y comunidad de sentido que demandan las vastas soledades, los nuevos medios virtuales, a veces la conjunción de ambos, en el caso de este poemario nos encontramos con una voz indudablemente lírica que encierra significados multifacéticos en una expresión concisa y accesible, con una voz que tiene la capacidad de comunicar incluso la ambigüedad y la duda, estableciendo múltiples niveles de empatía con el lector, entregándole su historia personal y la colectiva y registrada.

(Pasó Pedro Badilla
vino García de Lerma,
lo hizo también de Lugo
Quien llegó acompañado
de un buscador tenaz:
Jiménez de Quesada
En ruta hacia los Muiscas (ps. 33-34)

“Mi juventud soltó
sus cadenas al vuelo
dejándome llevar
por la inquieta corriente
la misma que arrastró
los galeones piratas
de Francois de la Roque,
John Hawkins, Francis Drake (p.37)

Gran parte de la poesía en los tiempos postmodernos y de globalización pretende—y es—no ser solo la preocupación del o la poeta en tanto individuo, que, desde su conciencia, puede o no otorgar su adhesión a causas, principios, religiones etc. El/la poeta se considera cada vez más poeta portavoz y deriva su ser y presencia de la pertenencia a un genero, raza, religión, ideología etc. Así, la identidad material y situada es anterior, presupone a la expresión y el contenido de la comunicación poética, que tiene a verse delimitada a ser la mera ilustración o ejemplo de esas circunstancias y sus determinaciones. Fenómeno patente en general en la literatura canadiense, primordialmente documental, y en las exigencias y expectativas documentales y testimoniales a que, bastante legítimamente, se ve sujeta la escritura hispánica en Canadá. En este poemario, si bien se acepta y proclama la pertenencia originaria, la identidad en recuperación, reconstrucción, se abre al así llamado patrimonio cultural humano clásico o canónico, pasado y presente, así como a las variadas instancias que pueden ser dominio de producción germinal de la poesis y constituyen las diversas facetas geográficas, continentales, culturales. La expresión poética de alguna manera sitúa a la identidad resultante, que se recrea, completa y proyecta, como el fin de un periplo, es decir como a la vez objeto de búsqueda y plenitud, y como inacabada.

“Otro espacio, otros días;
interpretando signos
de un destino que aguarda” (p.31)

Esta Odisea termina con una suerte de decálogo final que conjuga la tarea de Sísifo de un asumirse y un asumirnos que es ese viaje histórico, geográfico, personal, objetivo y subjetivo, que busca una definición inacabada y verbal de ese accionar identitario y de construcción/rescate, en ese proyectarse y proyectarnos, en esa empresa de partida y por necesidad inacabada, pero cuya resolución significaría quizás la extinción y el silencio:

“Desear. Temer. Sentir.
Querer. Sufrir. Buscar.
Partir. Recordar.Volver”. (p.95)

TEOBALDO NORIEGA es poeta, ensayista y profesor de literatura hispanoamericana en Trent Univesity (Peterborough, Ontario). Nació en Guacamayal, Colombia, y radica en Canadá desde 1972. Este es el último de sus 11 libros, que se inician con “Candela Viva”, publicado en Madrid en 1984 El autor nos dice “Mi trabajo de investigación incluye la ficción y la poesía hispanoamericanas contemporáneas, la postmodernidad en la novela colombiana, el discurso cultural del Caribe colombiano, la relación entre violencia y ficción en Colombia. Como ejercicio creativo, sin embargo, la poesía representa mi experiencia más gratificante”.